El recordar a tu madre y padre cuando te has convertido en adulta

Por: María Fernanda Alvarado

Películas como Todo en todas partes al mismo tiempo o Afertsun traen a discusión relaciones entre madre-hija y padre-hija sinceras y dolorosas, y en parte es por eso que quizás son tan comentadas recientemente, ya que todas y todos nos sentimos representadas al observar la complejidad de esos vínculos. 

El sentir que nunca llenas las expectativas de tu madre y padre llega a ser sumamente agotante y abrumador, porque parece no mejorar o que alcanzar por completo el ideal de lo que esperan es imposible, sobre todo cuando eres niña o adolescente. Por otro lado, las películas mencionadas también visibilizan lo complicado que es para quienes ejercen la maternidad y paternidad y notan como su crianza tampoco llena las expectativas y necesidades de sus hijas e hijos.

Últimamente me he cuestionado, ¿si mi madre no fuera mi madre realmente le caería bien? ¿O ella me caería bien? Quizás el aprecio y afecto que nos tenemos es por el lazo de sangre que nos une, pero no porque nos encontremos como alguien con quien querríamos relacionarnos si no tuviéramos la unión biológica. Existen momentos en los que somos nuestras peores versiones y nuestros seres queridos no nos van a encontrar como personas agradables o querrán pasar tiempo con nosotras.

Este pensamiento en el pasado me llegó a sorprender, es algo impensable que a una madre no le agraden sus hijas e hijos, pero me atrevería a decir que es cierto, quizás no todas o todo el tiempo, pero habrá ciertos momentos en los que aunque nos amen, algunas madres sí pueden pensar ‘me cae mal mi hija e hijo’, o se den cuenta que la crianza les ha dificultado la posibilidad de cumplir cierto objetivo y obstaculizado sus aspiraciones. Esta idea puede parecer cruel y egoísta pero creo que para quienes son capaces de identificarlo seguro llega a ser liberador expresarlo.

Conforme me he convertido en adulta también he podido definir que hay espacios y comportamientos de mis padres que no me agradan y no me parecen aceptables o dignos de reproducir, esta reflexión también me ha costado y dolido, ya que el ideal que tenía de ellos ha ido modificándose de acuerdo a los criterios y personalidad que he ido construyendo para mi misma, es justo cuando comparo ambos es cuando puedo ver sus versiones reales en la actualidad y no los de una niña de 5 o 10 años. 

En la película Aftersun se narran los recuerdos de la protagonista sobre las vacaciones que pasó con su padre en los años 90s en un hotel de Turquía, en este recuperar memorias hace un contraste de lo que percibió en su niñez con lo que ha entendido ahora como adulta: la salud mental de su padre estaba afectada y presentaba síntomas de depresión. 

A los 11 años asociaba a su padre con alguien cariñoso, divertido, espontáneo y comprometido con su crianza, pero al mismo tiempo, notaba que llegaba a tener inestabilidad económica y a ser descuidado al punto de dejarla sola afuera del cuarto del hotel toda la noche. Aunque el descuido ocasional no es justificable, como adulta va reconstruyendo sus recuerdos y crea un panorama más amplio de la tristeza y la crisis que tenía su padre al estar cumpliendo 31 años y por lo que nos deja ver la película, estar lleno de desesperanza, quizás por ser un padre joven, por sus relaciones afectivas con sus ex parejas, o por sus proyectos laborales que parecen no hacerlo sentir realizado y estar en constante cambio, aunque en realidad no se sabe explícitamente los factores que provocan su estado de ánimo, se percibe como coexisten en él momentos de alegría, innovación y espontaneidad pero al mismo tiempo como se rompe llorando en las noches. 

El proceso de relacionarte con tu madre y padre no está cerrado o concluido probablemente en ningún momento de la vida, pero sí encuentro que conforme vamos convirtiéndonos en personas con más estrategias para interpretar la realidad, sobre todo en la adultez, podemos percibir lo cambiante que es y el amor y dolor que coexisten para ambas partes involucradas. 

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