Reseña. Noche de Fuego: la mirada de las mujeres mexicanas en el cine

Por: María Fernanda Alvarado Bautista 

El filme Noche de Fuego es una representación sobre una de las tantas realidades que se viven en México, aquella donde el crimen organizado domina comunidades enteras y las niñas tienen que esconderse en hoyos en la tierra para que no sean secuestradas y violadas por los narcotraficantes. 

Esta producción mexicana del 2021 dirigida y escrita desde la mirada de Tatiana Huezo, nacida en El Salvador y con nacionalidad mexicana, lejos de romantizar, normalizar o caricaturizar al narcotráfico, como lo suelen hacer otras producciones, muestra el poder e impunidad que tiene el crimen organizado en el país, sobre todo en zonas rurales, donde el mismo Estado a través del cuerpo policíaco o de la Guardia Nacional tiene relaciones y acuerdos directos con los narcotraficantes para coexistir y que ambos se enriquezcan en territorios, mercancías y dinero. 

Aprecio de esta narrativa que así como pone en discusión una historia violenta y triste, hace una visibilización sincera y con armonía del proceso de reconocerse y significar el ser niña, adolescente y mujer, y de crear relaciones de amistad valiosas. Las tres niñas protagonistas Ana, María y Paula, así como tienen que aprender a no ser vistas como objetos sexuales, están al mismo tiempo pasando por procesos enriquecedores en estas etapas como lo es la menstruación, el apropiarse del cuerpo a través de acciones como maquillarse, el enamorarse, y el compartir experiencias junto con tus mejores amigas. Aquellas escenas que más disfruté son en las que se aprecian las motivaciones y aspiraciones que poseen las protagonistas por sí solas y como amigas, las risas y los juegos que comparten como cualquier otra niña; te recuerda como espectadora que son mujeres tal como tú lo eres pero están tratando de ser ellas mismas en un contexto de violencia y crimen. El verme representada como mujer mexicana, haciendo notar nuestra vulnerabilidad a la violencia sexual en el día a dia, me permite encontrarla como una de las mejores películas nacionales que he visto.

La historia ocurre en las montañas de un pueblo de Guerrero, México, donde la principal actividad económica es la extracción de la goma de opio que se da en la flor de amapola y que posteriormente se convierte en heroína, cuyas ganancias están regidas por el crimen organizado y la Guardia Nacional. La mayoría de los hombres han migrado a Estados Unidos, principalmente quedando mujeres, niñas y niños, adolescentes, y algunos ancianos, todos los anteriores viendo en la extracción de la amapola la mejor oferta laboral para poder obtener ingresos económicos. Las escuelas y la calidad de educación impartida es muy deficiente, con escasez de aulas, libros y docentes. Frecuentemente las y los profesores se tienen que marchar del pueblo, y aunque llegan otros, la educación es inestable y limitada, viven con el hecho de que un solo profesor se encarga de un grupo diverso con edades de bastante diferencia entre sí. 

La comunidad ha normalizado el organizar sus actividades diarias en función al crimen organizado, aunque claro, cuestionar o rebelarte en estos casos en que las y los ciudadanos no tienen alternativas, les podría traer el ser asesinados. Saben que ciertos días sin previo aviso rocian pesticida sobre la ciudad para cuidar los sembradíos y tienen que resguardarse para que no les queme en su cuerpo, o sobre todo, que cuando las niñas comienzan a convertirse en adolescentes tienen que construirles escondites o crear estrategias para que el hecho de ser mujer pase desapercibido.

Aunque todas las mujeres mexicanas somos vulnerables a la violencia sexual, aquellas en las zonas rurales lo vivencian todavía con menos recursos de protección, y este filme hace una visibilización de ello. Todo el pueblo tiene miedo de que cualquier día a cualquier hora sus casas sean elegidas y se lleven a las niñas y adolescentes. Las mismas madres y niñas saben que en ningún día escapan de la posibilidad de que vengan por ellas, y aunque les duele, aceptan cierto rechazo a mostrarse con lo que se asocia con ser mujer. Las madres, muchas de ellas jefas de familia, a lo largo de la historia se notan en constante sufrimiento y preocupación de cómo cuidarse a sí mismas, y ser suficientes para amar y criar a sus hijas. Una de las escenas más conmovedoras es aquella en la que a las niñas  al llegar  a cierta edad les cortan el cabello muy corto para que no las asocien tan fácilmente con la “feminidad” de traer un cabello largo,  las niñas lloran y sufren, no les permiten definir bajo sus términos su vivencia como mujeres y del desarrollo de su cuerpo. Sin embargo, lo terminan aceptando, ya que saben que reduce el riesgo de ser secuestradas.

Tanto en filmes como en la vida real, detrás de la desaparición y el secuestro de mujeres están las violaciones, la trata de personas, la prostitución o la pornografia; se convierten en productos de la explotación sexual, dirigidos en las grandes esferas de poder por el crimen organizado.  

Cada vez más hay mayor diversidad de producciones nacionales que relatan historias no solo de las ciudades gentrificadas o turísticas del país o con un elenco con apariencia normativa, y aunque también pueden ser representaciones con realidades válidas y valiosas para traer a discusión, aquellas producciones donde se narran violencias y opresiones a nivel colectivo arrojan una necesidad urgente de replantearnos quién gobierna este país y a través de qué recursos lo hacen, y cómo las niñas y mujeres, sobre todo de zonas rurales, son percibidas como territorios de conquista y tendríamos que estar buscando estrategias para combatir estos crímenes. 

Foto de portada: tomada de Netflix.

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